La riqueza y la pobreza de las naciones by David S. Landes

La riqueza y la pobreza de las naciones by David S. Landes

autor:David S. Landes [Landes, David S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias sociales, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1998-04-01T05:00:00+00:00


* * *

Una sociedad tan febril, móvil y cambiante no podía encorsetarse intelectualmente. Pese a unas barreras y controles asfixiantes, el saber europeo fue filtrándose, sobre todo merced a los contactos personales con los holandeses en Deshima. A mediados del siglo XVIII, los japoneses llamaban a los conocimientos extranjeros rangaku, donde ran equivale al lan de Holanda (en japonés, Oranda, pues no existe la letra «l»). Lo cual resulta muy indicativo del cambio de actitud: hasta entonces, la palabra utilizada había sido bangaku, «enseñanzas bárbaras[29]».

Una consecuencia de este despertar fue que se empezó a discriminar entre lo útil y lo perjudicial, lo aceptable y lo inaceptable. El cristianismo y sus textos seguían siendo indeseables y tabú. Pero algunos japoneses comprendieron que su país tenía mucho que ganar del conocimiento secular occidental.

Así, en 1720, se produjo la primera fisura: el bakufu permitió la importación de libros no cristianos; aunque este proceso de relajación tuvo momentos de repliegue y reacción, se había abierto la vía a que unos pocos japoneses estudiaran las nuevas enseñanzas y publicaran trabajos al respecto. Este cambio propició un encontronazo entre las ideas nuevas y la escuela de Confucio imperante, poniendo en tela de juicio la ortodoxia. Los rangakusha (expertos en las enseñanzas holandesas) trataron en un primer momento de no ofender y defendieron con escaso entusiasmo sus contribuciones, como ocurre por ejemplo con Otsuki Gentaku, autor de una Ladder to Dutch Studies (1783): «Las enseñanzas holandesas no son perfectas, pero si escogemos los puntos acertados y los ponemos en práctica, ¿de qué modo nos puede eso perjudicar? ¿Hay algo más ridículo que negarse a discutir sus méritos y aferrarse a lo que uno sabe sin esperanza de cambio?»[30].

Este tipo de declaraciones morigeradas no lograrían soslayar la ira confucionista. Las nuevas enseñanzas ponían en entredicho las premisas mismas de la cultura japonesa, que siempre se habían inspirado en China. (Los chinos eran los únicos extranjeros que no se tildaban de bárbaros)[*]. El proceso estuvo en gran parte supeditado a los azares de la política. A finales del siglo XVIII, por ejemplo, el gobierno decretó que solo debía enseñarse la filosofía de Confucio, y solo una rama particular de la misma. En las décadas siguientes, las restricciones que pesaron sobre las enseñanzas occidentales se hicieron más rigurosas, hasta degenerar en una persecución directa. El nombramiento de un estudioso chino como gobernador de Edo en el decenio de 1830 abrió la veda de una caza tenaz e implacable de los principales estudiosos holandeses, hasta el punto de que fueron encarcelados y se les obligó a suicidarse. Durante cierto tiempo, Japón devoró a sus mejores y más brillantes elementos[31].

Además, la mayor parte de las enseñanzas rangaku, al contradecir el saber japonés tradicional, avergonzaba a los creyentes y la vergüenza, en la cultura japonesa, resulta insoportable. Por ejemplo, las lecciones de la medicina europea, que quedaban corroboradas por la disección —ver para creer— constituían un escarnio de la doctrina china[32]. Por idéntico motivo, en un mundo como el del sureste asiático, caracterizado por el aislamiento y la autocomplacencia, la realidad geográfica era intrínsecamente subversiva.



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